lunes, 8 de septiembre de 2008

UN CUENTO CON PROTAGONISTA PERO SIN PRINCESA

No es un apuesto príncipe el que levanta a Susana, no es una bruja que quiere hechizarla, son ruidos comunes, sonidos familiares, el agua que corre de la ducha y la cabina que se cierra, a espaldas de alguien. El sonido del despertador que lentamente comienza a expresar: “Ya es un nuevo día, te debes levantar”. Los primeros ecos del metro y algunos buses que no dejan de pasar, denotan el nuevo día que invita a jugar.

Los párpados pesados no quieren abrirse, perciben la oscuridad del amanecer porque a las cuatro y treinta de la mañana el sol no ha dado su resplandor. Pies y manos doblados, revelan un mal dormir y el saber que hay un deber que cumplir, deja a un lado las ganas de seguir soñando para comenzar nuevamente a vivir por las calles de la ciudad.

Las cobijas de una cama, que envuelven, abrazan, acarician e incitan a la pereza, al lado una prima que todavía duerme plácidamente y que inconscientemente habla de sus sentimientos y quehaceres de la vida. De nuevo el sonido del despertador, pero esta vez más intenso y una desazón que recorre la mente y el cuerpo de Susana al saber que aún le faltan horas por dormir.

Horas que ya no estarán empleadas en soñar, por el contrario en vivir una realidad que no impone peleas con criaturas fantásticas, no transporta a un mundo de chocolate, ni lleva a conocer a un príncipe azul para con él ser felices por siempre. Es un hoy que recuerda que hay que tender una cama y organizar un cuarto, que indica que si Susana toma un baño y se arregla, no puede ser una princesa, pero sí se verá y sentirá bien con lo que es.

La piel aún tibia y su cuerpo extendido en la cama, pero ya con sus ojos entreabiertos ve el negro de un amanecer lluvioso y frío que denota la lluvia que como abundantes lágrimas de un gigante cayó sobre la ciudad en la noche que ya pasó.

Tan pronto percibe los restos de lluvia, su desaliento es aún mayor, ya no quiere ni poner un pie en el suelo, y un escalofrío recorre su cuerpo ya descubierto, pero algo en su mente le recuerda ¡levántate, hoy es un nuevo día!.

Afuera el agua ya no corre y ese alguien sale del baño, lo que indica que llego la hora de vivir…No hay nodrizas, que limpien su piel, acomoden sus vestidos o hagan su comida. La soledad del día a día la envuelve pero la invita a seguir y como por arte de magia su cama ya esta arreglada. Y luego de tomar un gran vaso de agua que limpia su interior y le da vitalidad se dirige al lugar que la hará terminar de despertar.

La llave de la duche brilla si cesar, emitiendo un resplandor que hipnotiza. El reflejo de la llave emite su imagen distorsionada; le agranda los brazos, le estira los ojos. Es fácil jugar con ella cuando se tiene tiempo, pero hoy es casi imposible divertirse así, sin embargo mientras se concentra el olor del jabón con esencia a avena algunos reflejos logran seducir su inquieta mirada.

Llego la hora de salir del baño, ya Susana está más despierta y sus ánimos se reflejan en sus rápidos movimientos al vestirse y arreglarse. El estruendoso ruido de una maquina que seca el cabello se apodera del entorno del hogar, haciendo levantar de su cama a uno de los acompañantes de su hogar, uno de sus primos que la mira con cierto aire de desazón al perturbar su sueño.

Sin ser princesa pero ya bien arreglada y aparentemente lista para salir, se dirige a la cocina de su casa en busca de algo para comer, abre una puerta que imaginariamente sí transporta a otro mundo, un mundo de hielo, donde hace un frío verdaderamente espantoso. Toca el pan y está congelado, coge la mantequilla y parece hielo, todo se encuentra rígido, pero el hambre que la perturba la invita a meterse mas y mas en ese mundo helado y a sacar algo de comer, para después ser llevado a un lugar más caliente, un lugar que seguramente volverá su comida más agradable.

Antes de salir se da sus últimos retoques: los dientes deben quedar bien cepillados, el cabello recogido y sus útiles ya en su maleta le hacen señas que está tarde.

De la mesita de noche coge las llaves, que se hacen pesadas invitándola a volver a su cama, pero Susana con mucha fuerza da la vuelta y sale de habitación. La chapa de la puerta no quiere recibir las frías y ásperas llaves esta mañana, todo confabula para que nuestra protagonista vuelva a la cama. Y en otra batalla ganada ya se encuentra afuera, recibiendo el frío de la mañana que le saluda con una espesa bruma.

Emprende entonces Susana su caminar hacia la calle donde pasa su bus, porque no hay carroza esperándola. Estáticamente y bajo un gran árbol que deja caer algunas gotas del rocío de la mañana espera, espera y espera por largo tiempo, hasta que a la altura de las luces roja, naranja y verde, se ve venir su demandado transporte.

Hoy es un bus enorme. Ella sube su cabeza antes de subir sus pies, pero el peso de su cuerpo le gana y por un momento vuelven a tocar el suelo. Otro desesperado intento por llegar a clase la hace subir y esta vez conquista su cometido; el dinero de su pasaje le es cobrado y como por casualidad o consideración con su agitado estado una silla queda vacía, nadie la mira, ni la desea, nadie la toca y Susana con un alivio en su cuerpo la toma como quien está de pie todo el día y solo quiere sentarse.

Entre olores confundidos, almuerzos hechos desde temprano, la gasolina de la mañana, las esencias de todos los pasajeros, por fin llego el momento de bajar. Una leve brisa enreda su cabello y el humo que deja el bus al arrancar penetra en su boca, dejándole un amargo sabor.

Parada a un lado de la calle, intenta cruzar pero el incesante pasar de los carros, llenos de conductores enojados y retrasados le impide su caminar. Son como hormigas que corren hacia su hormiguero, para un lado y para el otro con desespero. Al fin la luz roja en el semáforo le deja espacio para cruzar y en un corre corre casi sin fin llega a su destino.

¡Buenos días! le expresa el portero, buenos días que son devueltos. Las puertas de la máquina que la deja unos cuantos pisos arriba sin tener que caminar se abren ante sus ojos y la invitan a pasar.

En un abrir y cerrar de ojos, ya sentada en su puesto está, leyendo la agenda de la clase anterior que aunque bien realizada, por su mente no se cruzo leerla al pie de la letra. Sus compañeros dijeron “Está bien”, pero el profesor dándole una lección que no olvidará, comentó que las cosas deben estar siempre bien hechas desde el comienzo.

Y es así como esta historia llega a su fin, con príncipe azul por días porque debe estar también ocupado en sus cosas, pero sin vestidos lagos y pomposos, sin beso, ni promesa de una vida feliz por siempre, aunque con una clase por delante y una lección bien aprendida, porque Susana claro sí le quedó que es mejor hacer las cosas bien desde el principio que hacerlas por hacer y volver a repetirlas.

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